Cochamó, el lugar donde se encuentran esteros de agua dulce y el mar

Cochamó, el lugar donde se encuentran esteros de agua dulce y el mar

Cochamó en Mapudungun significa “el lugar en que se encuentran los esteros de agua dulce y el mar”. De Patagonia Verde, es la única comuna que corresponde a la provincia de Llanquihue. Asentada entre montañas, bosques de alerces y el Estuario de Reloncaví, es reconocida por sus diversos senderos, que bordean ríos tumultuosos y cristalinos, alguna vez transitados por arrieros que transportaban cientos de cabezas de ganado y por sus lanchas veleras que cruzaban el mar, bajo la tutela del Volcán Yates y de los glaciares andinos.

Relato histórico

Por el Estuario han navegado miles de embarcaciones y miles de arrieros cruzaron sus valles, desde los tiempos de los alerceros hasta hoy. El cochamonino ha hecho su vida entre los bosques, bajo las paredes de granito, cruzando los ríos que bajan de las alturas; vadeando las costas del estuario, caminando por los valles que se abren entre las montañas. Así, quien visita la comuna se encuentra con una diversidad de tradiciones y contempla un paisaje intervenido apenas, recorriendo huellas que llegan más allá de la frontera y que cruzan sinuosamente las cuencas del territorio.  

 

Quizás los primeros en ocupar esta zona fueran los grupos Tehuelches Poya, de Nahuel Huapi, y Puelche, de las pampas argentinas, que pasaban de un lado al otro de la Cordillera por el Río Puelo, el Paso El León y el “Vuriloche” (o Bariloche). Quedan sus señas cerca del lago Vidal Gormaz: pictografías en piedras, a orillas del Río Torrentoso. En tiempos prehispánicos, los indígenas viajaban hacia los valles y costas de Chile para encontrarse con los Mapuche, los Huilliche y con los habitantes de los archipiélagos del sur. Pero los conquistadores españoles extinguieron a estos indígenas, capturándolos y vendiéndolos o forzándolos a hacer trabajo agrícola y maderero. 

Desaparecidos sus antiguos habitantes, españoles e indígenas conquistados llegaron a las costas de Cochamó, atraídos por los enormes alerzales a orillas del Reloncaví. En el siglo XVIII, la mayoría de estos alerceros cordilleranos eran chilotes mestizos. Los alerces alcanzaban los cincuenta metros de altura, y cada uno daba una “pequeña fortuna” a quien lo botase: unas 600 tablas. 

A fines del siglo XVIII el recurso maderero empezaba a desaparecer. Sólo había alerces de gran tamaño en las cimas de las montañas. En esos años eran importantes los llamados baqueanos, buscadores de caminos hacia los alerzales. Los baqueanos recorrían los montes por semanas enteras, rastreando el recurso.

 

 

A mediados del siglo XIX, la madera tenía como destino la construcción de durmientes de ferrocarril. Llegado el siglo XX, chilotes y calbucanos viven en la zona de manera más definitiva, cerca de sus astilleros y de los lugares de tala. Con lanchas veleras hacían sus rutas madereras por el Estuario y por los mares interiores, a Puerto Montt, los canales de Chiloé y Aysén. Aunque durante los sesenta aparecieron los botes a motor, los senderos marinos seguían siendo los mismos. 

Los cochamoninos también han sido arrieros, llevando el ganado por la Cordillera de Los Andes. A principios del siglo XX, el Estado de Chile entregó tierras a familias de colonos para que vivieran en torno al Estuario. La actividad ganadera toma fuerza, y se utilizan los antiguos caminos indígenas: la ruta de Nahuel Huapi; el Paso Pérez Rosales, hacia la Provincia del Río Negro; el Paso El León, en la cuenca del Río Manso, desde Argentina hasta Puerto Montt u Osorno. 

En aquellos tiempos se fundó la Sociedad Ganadera Chileno-Argentina, que compraba, engordaba y procesaba el ganado que los arrieros traían. Fue un período de prosperidad para Cochamó. En 1894, Carlos Wiederhold instala en Puerto Montt la Casa Comercial Carlos Wiederhold y Cía. Cruzando el lago Nahuel Huapi con el buque Cóndor”, conectó la ciudad de Osorno con las pampas, transportando lanas, cueros y mercadería. Los arrieros argentinos, de Cochamó y otros territorios condujeron miles de cabezas de ganado que vendían casi exclusivamente a la empresa. Cochamó se convirtió en una suerte de “Lejano Oeste” en plena Patagonia, con mucho trabajo, bandidos en los caminos, potentados empresarios, intensa vida nocturna y mucho dinero. 

Pero los conflictos políticos entre Argentina y Chile trajeron un mayor control de los pasos fronterizos. La Sociedad Ganadera fue acusada de corrupción, y se restringieron las libertades para comerciar entre un país y otro. En 1904 las fronteras se liberaron nuevamente y la Sociedad creció tanto que, al final de sus días, construyó un frigorífico en el puerto de Cochamó para comerciar carne con el norte de Chile. Sin embargo, los cambios en el mercado internacional provocaron que la empresa se disolviera. 

Una década después se funda la “Compañía Cochamó”. En 1903 se entregó una concesión de tierras al galés Thomas Austin, entre el Río Cochamó y la frontera. La empresa producía carne salada, charqui, grasa y aceite, con el compromiso de que Austin mantuviera los pasos fronterizos. Además, debía instalar a treinta colonos extranjeros en la zona. Sin embargo, el empresario no cumplió con este último requisito, por lo que el Estado de Chile traspasó la Compañía a la Sociedad Agrícola y Frigorífica de Cochamó. Pero esta empresa tampoco prosperó, desapareciendo en 1914.  

 

Con el fin de las empresas ganaderas llegaron tiempos de aislamiento. Las familias vivían del autoconsumo y del intercambio de productos con los vecinos. En 1904 con la intervención de la reina de Inglaterra, se fijan los límites entre Chile y Argentina, dividiéndolos por las altas cumbres y por los cursos de agua. Perseguidos por el estado argentino, muchos trabajadores chilenos al otro lado de la frontera se vieron obligados a cruzar hacia Chile. Se cuenta que una Comisión de Ministros visitó a los chilenos de las pampas en la década de los treinta, ofreciéndoles terrenos. No tuvieron más opción que trasladarse y asentarse en Puelo para trabajar tierras fiscales cubiertas de quila y con pocos animales. 

Hasta por lo menos la década del noventa los habitantes de Cochamó vivían aislados por varios meses, debido al mal clima, a la poca frecuencia de las lanchas u otros factores. Para trabajar la tierra tuvieron que rozar el bosque, preparando los campos de cultivo que les daban una buena parte del sustento, obteniendo el resto en Puerto Montt, pero sobre todo en la Argentina: viajar a los poblados chilenos era caro y demoroso, sobre todo para los que vivían más arriba, en las montañas. 

 

Carolita Sandoval relata cómo era vivir en la comuna de Cochamó. Sus bisabuelos llegaron desde Calbuco en busca de pastos para sus animales. Para ir a la escuela había que ir al pueblo, donde había una rampa: “todo giraba en torno a la rampa”, recuerda; “uno llegaba y salía de Cochamó en lancha, por todo el Estuario hasta llegar a Puerto Montt”. Las actividades de Cochamó, como el comercio en los emporios y las cantinas, ocurrían en torno al muelle, allá por los años setenta. El contacto con otros lugares de Chile no era fácil. La lancha que viajaba hasta Puerto Montt podía demorar más de siete horas. Por eso los que vivían en las montañas, en Llanada Grande, o en Primer y Segundo Corral, preferían cruzar la frontera.  

En esos tiempos se hacían los trabajos comunitarios de trilla, las mingas al estilo chilote, la chicha de manzana, los reitimientos de chancho (las prietas, las longanizas, el paté de cabeza); los ahumados de mariscos en los fogones, la siembra y la cosecha de legumbres, de trigo, de avena, de distintos tipos de papa; la harina en los molinos de agua, el queso, la cosecha de la miel en los bosques, el tejido de prendas a telar, el arreo del ganado por los senderos cordilleranos, la construcción de botes, la pesca; en fin, labores de aquellos que vivieron un aislamiento difícil, pero compartido y fraterno. 

 

Luz eléctrica no hubo hasta la década del ochenta, y al principio sólo en el pueblo de Cochamó: la energía venía de un motor diesel traído de Carelmapu. Ese motor se consiguió a pulso, con el trabajo mancomunado de los vecinos, sin ayuda del Estado. Empezaban a llegar los grandes cambios al territorio. Para el año 98 la electricidad alcanza lugares más remotos. Antes, en el 87, la lancha de pasajeros había dejado de llegar hasta Cochamó solamente, conectando ahora el Estuario completo. Años después, una barcaza cruzaba el lago Tagua-Tagua, lo que hizo posible transportar máquinas para abrir caminos en la década del dos mil. Todos esos avances se sintieron como algo súbito: de pronto se abrieron las puertas del turismo.  

En 1976 se inician los trabajos en la carretera Ensenada – Ralún, para extenderla hasta el pueblo de Cochamó, trabajando a pala y con la mano de obra de los mismos vecinos, contratados por el presidente de la Junta de Vecinos, Eduardo Saa. Entre el año 82 y el 85 la Carretera alcanza dicho pueblo, y en el 87 llega hasta Puelo. El número de embarcaciones comienza a bajar y la de los vehículos terrestres a subir, y con el tiempo aumentan los visitantes. Por ello, algunos cochamoninos adoptan el turismo como un rubro propio.  

 

Pero en todo el tiempo transcurrido hay algo que se conserva: las rutas marinas, los caminos, los senderos y quienes los recorren. Aunque ya no se transportan grandes trozos de alerce por el Estuario, los cochamoninos siguen navegando con experticia; y a pesar de que el comercio fronterizo decayó, los arrieros continuaron llevando su ganado por la frontera, o hacia lugares remotos de Chile.  

En Cochamó, las personas se han valido de distintos recursos a lo largo de su historia: han sido madereros, arrieros, pescadores, mariscadores, agricultores, constructores y navegantes. Son chilotes y gauchos pamperos, jinetes de montaña y expertos marinos, comerciantes de ganado y productores de la tierra. Hoy, reconociendo la importancia de su comuna y la belleza de su paisaje, los cochamoninos se abren a un turismo sustentable y respetuoso del entorno. Se vuelven a usar los senderos que bordeaban la frontera y las embarcaciones que surcaban el Reloncaví. Cochamó aparece, para el visitante, como una tierra de múltiples recorridos y encuentros.