Futaleufú, un pueblo pintado por Dios

Futaleufú, un pueblo pintado por Dios

En la comuna dicen que el paisaje que los rodea fue “pintado por Dios”

Junto al paso fronterizo “El Límite”, que separa a Chile de Argentina, y cerca de los antiguos poblados argentinos de Esquel y Trevelin, aparece la comuna de Futaleufú, “Río Grande” en la lengua de sus habitantes más antiguos, los Tehuelche. Su capital, fundada en 1929 y que lleva el mismo nombre, dista a solo 10 kilómetros de la frontera. En la comuna dicen que el paisaje que los rodea fue “pintado por Dios”. El Río Futaleufú, enorme, torrentoso y venido de los deshielos de la cordillera, cruza la comuna en su viaje hacia el océano. Es como un habitante más, el más antiguo de todos, junto con los otros ríos y lagos cordilleranos. Es reconocida por estar entre los mejores destinos del mundo para el rafting de aguas blancas, para la pesca recreativa y por la cultura patagónica chilena fronteriza.

Relato Histórico

Son los antiguos los que les enseñaron a los futaleufenses el trabajo de la tierra, las rutas por los lagos o los secretos de subir por los senderos empinados. Fueron ellos los que lograron, con todo su ingenio, vivir en un lugar que es a veces tan exigente, pero también majestuoso y fructífero.

Como en otras comunas de la Patagonia, los primeros habitantes vivían en medio de un conflicto fronterizo entre Chile y Argentina. Entre los territorios disputados por ambos países, Futaleufú fue uno de los más afectados: el pueblo de Futaleufú está a 10 kilómetros de la frontera solamente, y por mucho tiempo los límites no estuvieron claros. Aún hoy se mantienen estrechísimos vínculos con los vecinos trasandinos, tanto familiares como de amistad, además de compartir muchas de sus costumbres: las pialaduras, las marcaciones, las domas, todo lo que significa la vida gaucha.

Fue a principios del siglo XX que llegaron las primeras familias chilenas a estos territorios, específicamente a la zona argentina de Los Cipreses, cuando la frontera todavía no estaba definida. Sus miembros descendían de campesinos que habían migrado hacia Argentina desde Chile central, desplazados por colonos extranjeros a quienes el Estado de Chile, sin considerar a los locales, les había entregado miles de hectáreas de terreno.

Colonos Futaleufú
Antigua foto de los colonos

Por ello, muchos chilenos se habían visto obligados a buscar oportunidades en la Patagonia, pero la mayoría no pudo encontrar un terreno donde vivir. Vagaban por Neuquén, Río Negro y Chubut buscando trabajo, o un lugar donde asentarse. Sumado a esto, hacia fines del siglo XIX el conflicto entre Chile y Argentina se recrudeció, y las tensiones entre chilenos y argentinos empeoraron. Con ello, empezaron a sentirse explotados y discriminados en tierras que, según se les decía, eran ajenas.

En la Provincia de Chubut, se creó un cuerpo especial de gendarmes llamado la “Policía Fronteriza del Sur”, que hostigaba a los chilenos. Así, al saber de la existencia de tierras sin dueño, deshabitadas y cerca de la frontera, deciden partir. Muchos colonos libres entraron a Alto Palena, Lago Verde y, al sur del Paso Vuriloches, al Valle del Río Futaleufú.

Se dice que la primera familia en entrar al Valle de Futaleufú fue la de Ceferino Moraga, en 1912. De ellos se cuenta una historia cruda y violenta a raíz de un enfrentamiento con los chilenos en Argentina que, como ellos, buscaban en estos valles nuevas tierras donde vivir.

En 1916 ya habían llegado otras familias, como los Vallejo y Almarza, y para 1919, la Familia Gallardo Melgarejo y otras familias colonas como la de Froilán Jélvez, Juan de la Rosa Baeza, Eladio Espinoza, Miguel Toro, Domingo Chacano e Isaías Sepúlveda entre otros.

Primero llegaron los hombres solos, con el fin de explorar los campos disponibles y de encontrar un lugar propio. Sin embargo, su trabajo y su hogar todavía estaban en Argentina. Viajaban a Chile para rozar los terrenos y delimitarlos, y en verano cruzaban de regreso para trabajar en las estancias de Esquel y Trevelin. La vida en el valle era dura: no había qué comer, y por eso tenían que alimentarse de cocuyo de quila, frutas de pichi, semilla de yuyo y otros recursos silvestres.

Con el tiempo, estos pioneros empezarían a asentarse definitivamente en el valle. Vendieron algunos de sus haberes, sobre todo animales, y emprendieron viaje en sus carros por la ribera del río. Pero debido al aislamiento respecto de otros territorios de Chile y a una naturaleza difícil, los colonos seguirían dependiendo de Argentina para abastecerse, vender sus productos, suplir necesidades urgentes y trabajar. Según Cecilia Gallardo, el territorio en torno al pueblo “era puro bosque, los vivientes parecían salvajes, porque tenían siembra entre los coigües y se vestían con puros cueros de capón, para protegerse del agua”.

La principal tarea de los colonos fue despejar los campos, porque la vegetación era tupida. Si bien el trabajo era esforzado, sin descanso, el microclima de Futaleufú jugaba a favor: todo lo que se sembraba crecía, papas, trigo, avena y otros cereales entregaban fácilmente sus frutos. Con el tiempo criarían vacunos y ovinos, base del sustento de estos gauchos arrieros, que transportaban sus animales por las montañas para venderlos en Argentina.

Las viviendas y ranchos los hicieron de palos amordazados y techo de canoga, unos tablones con forma de canoa, y por eso a las casas les decían “canagones”. Tenían un espacio para la cría de aves de corral, para una huerta de hortalizas y una quinta con árboles frutales. No habiendo agua potable ni electricidad, se suplían en arroyos cercanos o de pozos abiertos a pala, y se alumbraban con el fogón de las casas o con candiles con grasa de chicharrón, encendidos con brasas: no llegaban, todavía, ni las velas ni el kerosene.

Las enfermedades más comunes se sanaban con “yuyos”, una mezcla de hierbas naturales que curaba, dolores de estómago, de cabeza y la fiebre. Las “parteras” paleaban los dolores de parto con yuyos especiales, porque los infantes nacían en las casas de los colonos, sin ayuda de doctores. No había escuelas, por lo que la educación venía de la enseñanza directa, del saber de los vecinos o familiares, sobre todo de los mayores y los ancianos.

1929 sería un año de profundos cambios para Futaleufú: el pueblo se funda oficialmente, después de más de una década sin autoridades ni reconocimiento estatal. Un grupo de pobladores dirigidos por Froilán Jélvez decide viajar hasta la ciudad de Aysén, que pronto sería reconocida por una comitiva de autoridades de Estado. El grupo buscaba solicitar a dicha comitiva que el pueblo de Futaleufú fuera reconocido como chileno. Gracias a este esfuerzo, y a que la petición fue escuchada, los primeros representantes de las instituciones públicas empiezan a llegar al Valle de Futaleufú. A cada matrimonio se le entregó 600 hectáreas de terreno, y se instaló, primero, un Retén de Carabineros.

Llega también don Antonio Flores, quien era practicante de carabineros, pero daba atención médica sin distinción; la primera profesora de la comuna, Aurora Olivares de Rojas; y el primer Oficial Civil, Ramiro Rojas Yáñez. Ese mismo año nace también en Futaleufú la señora Carmen Almarza Zapata, quien, a la fecha de esta edición, a sus 90 años sigue disfrutando de un buen mate. En 1932, una comisión de topógrafos traza las calles del pueblo, marcando la fundación definitiva de la actual comuna de Futaleufú. Es en 1960 que se define de manera más clara el límite entre ambos países. Pronto se instalaría el paso fronterizo Río Futaleufú, y aunque para los años 70 aún se utilizaba el antiguo sistema de “salvoconductos”, pocos años después se instalaría una aduana por el lado chileno.

El transporte aéreo y la construcción de una pista de aterrizaje sería también una solución para el aislamiento. En 1953, los propios colonos empiezan con la construcción de la pista, con yuntas de bueyes para arrastrar troncos y piedras, así como palas, hachas y comida hecha por los vecinos. Con la llegada de los aviones, el transporte de personas y el comercio se hizo mucho más expedito.

Por tierra, Futaleufú se conectó con Chaitén hacia el año 1982, pero es sólo a fines de esa década que aparece el primer transporte público terrestre en el valle, uniendo ambas localidades. Se agiliza también la llegada al resto de Chile, gracias a las mejoras en la ruta por Argentina y a la construcción de la Carretera Austral, en 1985.

Actualmente, si bien el aislamiento ha ido retrocediendo, muchas localidades, como El Espolón o El Azul, siguen teniendo muy poca conectividad. Quizás es por eso por lo que aquí, donde los colonos pioneros abrieron sus campos e hicieron su vida alejados de la ciudad y sus progresos, rodeados por un paisaje milenario, se conservan con más fuerza las tradiciones gauchas.

Hoy, uno de los principales ejes económicos de Futaleufú es el del turismo: los habitantes de la comuna saben que su historia debe ser rescatada y que la actividad turística sustentable les permitirá vivir como lo han hecho por décadas, protegiendo su cultura gaucha, patagónica y fronteriza.